- Iré contigo - aseguró Edward muy determinante, lo miré llena de ira.
- No irás conmigo, me invitó a mi e iré yo. Aunque claro que tú estarás ahí aunque no quiera, pero no conmigo en la casa. Es mi última palabra - me acerqué hacia el armario para sacar mi pijama.
Sin darme cuenta me desvestí delante de él, al darme vuelta aún semi desnuda para ponerme el pijama, vi como sus ojos me miraban sorprendidos y excitados. Me quedé mirándolo calmadamente pero admirando ambiciosamente la forma en la que me observaba, y dádome cuenta que ningúno de los dos se encontraba ya enojado.
- Bella, no puedes hacer esto, no cuando estoy enojado. Estas provocando a las bestias - sonó como chiste, pero su voz era ruda y reveladora.
- Disculpa - dije mientras subía el pijama para ponermelo antes de que desatara algo colosal en mi cuarto; pero antes de que pudiese elevarlo Edward ya estaba enfrente de mi quitándome el pijama de las manos, para luego ponermelo suavemente.
- ¿Qué haces Edward?
- Me gustan con mucha ropa - rió quisquilloso - es más emocionante y excitante a la hora de sacar.
- Sabes mucho de chicas - manifesté recelosa.
- La verdad es que nada, los pensamientos de la gente me hacen pensar estas cosas. De todos modos me gusta verte con ropa, me fascina alargar nuestros momentos.
- ¿Momentos?
- Estoy preparado Bella - estaba segura que si pudiese sonrojarse, Edward estaría echo un tomate.
- ¿Para qué? - pregunté imitando a la confusión, aunque me lo imaginaba, llegaría la hora del beso. No me respondió, tomó mi rostro lentamente y entrelazó sus dedos con mi pelo.
Respiró profundamente cerca de mi boca, tanto que pude sentir su aliento cálido y estimulante, me estremecí hasta que la piel se me puso de gallina.
Hizo pequeños círculos con su cabeza alrededor de mi boca, rozó sus mejillas con las mías, se acercó a mi cuello y me besó lentamente, luego dió un suspiro amenazador. Me agité.
- Tranquila Bella, todo esta bien - dijo en un intento de tranquilizarme, pero yo no tenía miedo, solo estaba absorvida en su olor, su piel, su aliento.
Luego me miró a los ojos y sonrió pícaramente, esa sonrisa que yo amaba profundamente, y posó sus labios con los míos; eran suaves, fríos, pero cálidos gracias a la pasión que desbordaba, me besó lentamente, no me moví, solamente mi boca actuaba, no quería forzar el momento y mandar todo al demonio.
Su lengua se atropelló con la mía en un intento de seducción, era lo más palpitante y excitante que había pasado en mi vida, creí que iba a explotar.
Al cabo de un minuto, mis manos estaban en su espalda y las suyas en mi cintura; me acarició lentamente la espalda, minetras hacía círculos pequeños en cada rincón con la yema de sus dedos.
Nos comenzamos a besar aún más apasionadamente, nuestros alientos estaban unidos en uno solo, necesité respirar un segundo, ya no bastaba hacerlo por la nariz, me estaba perdiendo.
Sus manos se posaron en mis muslos y me levantó de un solo golpe para dejarme encima suyo, me llevó ágilmente hacia la cama y me rescotó cuidadosamente.
Nos miramos durante unos segundos, mientras volvía a reír pícaramente, me dí cuenta que estaba buscando mi aprobación para seguir, no reaccionaba, pero no porque no quisiera que siguiese, sino porque no podía hacer absolutamente nada con lo que en ese momento estaba sintiendo. No se como, pero sonreí.
Entonces el volvió a tomarme la cintura; mis piernas estaban abiertas y las suyas estaban perfectamente puestas entre las mías.
Subía y bajaba mientras nos besábamos apasionadamente, me sorprendió lo muy concentrado y controlado que estaba; pero claro que todo no podía ser perfecto.
Un sonido en la ventana hizo que ambos dejásemos de besárnos, me levanté hacia la ventana para descubrir quién era. Quería morir.
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