lunes, 22 de junio de 2009

CAPITULO II: MAGICO

- ¿Qué pasa contigo? – le pregunté llena de ira, él me miró perplejo, de seguro no se lo esperaba, yo estaba triunfante ante mi nueva adquisición de valor.
- ¿De qué hablas? - su voz era avasallante pero perfectamente hermosa, por un momento me hizo desplomar, pero volví a mi.
- La semana pasada, por que te comportaste tan grosero conmigo, ¿qué es lo que te pasa? ¿Acaso te hice algo? – esbozó una sonrisa impertinente, me sentí colorada, llena de furia, tenía ganas de propinarle un puñetazo que lo hiciera enfurecer.
- ¿De que te ríes? – insistí.
- Eres adorable – lo miré sorprendida, la furia se me fué, seguía colorada pero sabía que no se trataba de mi enfado.
- Idiota – dije y me dirigí hacia el salón de Ciencias Sociales, cuando me senté en mi silla, recordé vergonzosa que tenía aquella clase con aquel chico sin nombre aún para mi, pero que me había echo enojar, sonrojar, híperventilar, todo de una vez.
Comencé a ponerme nerviosa, no quería que viniese, aunque sabía que lo haría, al tocar el timbre entró por la puerta aún sonriente, volví a enfurecerme pero me quedé en mi pupitre inmóvil, no pensaba mirarlo. Sentí como se corría la silla a mi lado y se sentaba, pude sentir sus ojos en mi, pero no volteé.
- ¿Asi que idiota eh? – dijo chistoso, escuché como largaba una pequeña risita quisquillosa aún impertinente. No quería enfurecerme más, no le presté atención, para mi suerte el profesor entró al salón, y comenzó a hablar, no se le daba muy bien lo de preguntas y respuestas, le gustaba más el monólogo.
- Disculpa – oí con una voz sincera y llena de contenido que salía del desvergonzado chico aquel sentado a mi lado. Esta vez lo miré, después de todo me estaba pidiendo una disculpa –no soy muy bueno en el arte de conocer personas, no me codeo mucho con nadie más que no sea mi familia – asentí seudo interesada para él, aunque por dentro tenía ganas de escucharlo todo el día, ese sentimiento me apoderó y mi enfado desapareció.
- Descuida, disculpa por llamarte idiota – dije cada vez más sonrojada.
- Me lo merecía – rió burlón, aquella sonrisa era lo más maravilloso que había visto en mi vida, impartía luz al gris y triste día.
- No lo niego – incurrí. Volvió a sonreír mientras yo miraba sin prestar atención al pequeño profesor.
- Por cierto, soy Edward Cullen.
- Bella Swan – pareció un replique. No lo miré ni por un segundo, pero aún sentía sus ojos clavados en mi pobre y bordó rostro.
- ¿Tienes calor? – preguntó precupado, quería que me tragase la tierra, ¿cómo decirle? "No tengo frio, es que tu me pones así de roja".
- No – me sinceré. Solo escuché una risita, de seguro había entendido de que se trataba. El resto de la clase se dio en silencio, el profesor nos había mirado un par de veces enojado, y nos dijo una vez que nos callasemos, me sentí morir de la vergüenza, creí que moriria por culpa de aquello. Claro que luego de esa llamada de atención todos nos miraron recelosos y chismosos.
Al salir me dirigí rápidamente hacia la puerta, donde Edward me siguió ágilmente para hablar conmigo, pero Mike el chico que había conocido en mi clase de Trigonometría la semana pasada, -él cual estaba más emocionado con mi presencia de lo que yo pudiese soporta -, se me paró enfrente saludándome lleno de ansiedad queriéndome llevar hacia algún lugar que yo aún no recordaba, Edward paró de pronto al darse cuenta de aquello y siguió su camino, pude notar que estaba… ¿enojado?
Mike me llevó hacia el comedor, después de todo no tenía ninguna clase aún; allí estaban todos con los que había congeniado casi a la fuerza, Jessica, Ángela, Eric, Mike y Taylor.
Edward estaba sentado con sus hermanos, aquellos que estuvieron a lo largo de toda la semana en la que el faltó a clases, mirándome recelosos, no entendía porque, volví a enfurecerme al recordarlo, pero ya le había aceptado las disculpas no podía volver con el mismo enojo.
Jessica me advirtió que eran extraños, que eran hijos adoptivos de un tal Carlise Cullen y Esme Cullen, aquellos eran cuatro extraordinarias obras de arte, entre la rubia perfecta y hermosa Rosalie Hale, su hermano gemelo Jasper Hale que era tremendamente hermoso como ella y los otros dos hermanos Cullen, Emmet de ocho millones de musculos y una pequeña duendecilla Alice. Me sentía poca cosa, eran demasiado hermosos.
Edward me miraba fijo al igual que lo hacía en la clase, yo tampoco podía parar de mirarlo y bajar la cabeza en cada ocasión, hasta que me cansé, juré que me sentía mal y me fui hacia mi monovolumen, no me gustaba faltar a clase pero no podía aguantar aquella situación, en la clase de Biología también compartíamos asiento, aunque todavía no habíamos tenido aquello oportunidad; Mike me había advertido que el único lugar libre del salón era junto a Edward al igual que en Sociales, así que decidí fugarme por esta vez mientras pensara en que me hacía comportarme y comportarse de esa manera.
Subí a mi auto, era tan calentito que eso me hizo sentir mucho mejor. Cuando prendí la radio para tranquilizarme con mi disco de Debussy sentí un sutil golpeteo en la ventana, al levantar la vista vi al culpable de mi uída con rostro preocupado y lleno de melancolía. Bajé la ventanilla temiendole al frío que entraría al auto, pero aquella mirada pudo más que cualquier otra cosa en el mundo, eso me asustaba hasta cierto punto.
- ¿Qué pasa?–pregunté casi suplicante y preocupada.

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